jueves, 1 de julio de 2010

Excelencia y Democracia Liberal

EXCELENCIA Y DEMOCRACIA LIBERAL




La verdad no pasa de parecerle una cuestión de gustos y de preferencias subjetivas. Preguntar por los fines y confines de lo humano le resulta extravagante. Le es difícil esquivar el hecho de que las cosas que les ocurren a “los otros”, a los que quedan fuera de su privado recinto de identidad, ocurren también a seres que, como él, desean libertad y felicidad.

La búsqueda de la excelencia es para Ortega un deber de la humanidad: su quehacer, su destino. Rehuir ese destino es caer en los escalones más bajos de lo humano. El destino es la única gleba donde la vida humana y todas sus aspiraciones pueden echar raíces.

Eludir ese destino es querer, una existencia abandonada a la molicie, al capricho, a la arbitrariedad.

Polo opuesto, se dibuja la excelencia como un estado de alerta, de permanente atención y tensión sobre el destino por cumplir.

Sociedad desvertebrada es aquella en que “las masas no quieren ser masas, cada miembro de ellas se cree personalidad directora, y, revolviéndose contra todo el que sobresale, descarga sobre él odio, su necedad y su envidia”.

Sociedad vertebrada es aquella, en que “las masas se sienten masas, colectividad anónima que, amando su propia unidad, la simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el tesoro de su entusiasmo vital”.

“Existe en la muchedumbre un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia”. El mal es el igualitarismo: ese dogma que, por reacción a lo individual, por alergia a la libertad, nivela las posibilidades vitales de una sociedad.

Ortega, la sociedad que tiene a la vista no quiere dejarse influir por minoría dirigente alguna y “donde no hay una minoría que actué sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya”.

La pérdida de las cualidades que significan a un grupo de individuos como excelentes no está en la decadencia de la sociedad, en general, las sociedades políticas históricas. La radicación de la crítica a la excelencia es una novedad de las sociedades contemporáneas.

Para Ortega la sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no, por esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en que se desaristocratice”.

Sociologías identifican a la masa con los económicamente más débiles y la minoría selecta con los económicamente más favorecidos.

Ortega, el principio que define la excelencia no es económico.

Ortega, “todo influjo o cracia de un hombre sobre los demás que no sea automática emoción suscitada por el arquetipo o ejemplar en los entusiastas que el rodean, son efímeros y secundarios.

El poder legítimo, el más autentico, emana de la autoridad de la excelencia, de la ejemplaridad. El derecho a gobernar Ortega “anejo de la ejemplaridad”.

Ortega descubre en el fenómeno de la “rebelión sentimental de las masas”, en el resentimiento contra toda posible excelencia”. Para Ortega el hecho “más importante de la vida pública europea es el advenimiento de las masas al pleno poderío social”.

Todo aquel que no se valora a sí mismo, por razones especiales, sino que se siente como todo el mundo, y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”.

El hombre excelso es aquel que “se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores”.

Hombre de la masa a un ser resentido. El individuo excelente es aquel que no se conforma con la identidad que lo asimila a los otros, y quiere diferenciarse de ellos. El obrero, el propietario.

En la humanidad brilla la confianza, no el resentimiento. Confianza significa dar crédito a aquellos que se muestran capaces de despejarnos un camino en el incierto presente, aunque siempre están sometidos a la prueba de su cumplimiento; significa también intentar dar lo mejor de sí, aportar las propias capacidades a esa empresa.

Ortega asocia la contemporánea actitud de las masas a la perversión del principio democrático: perversión consiste en trocar la simbólica igualdad del demos en igualdad real, fáctica; en convertir la desigualdad de los individuos, aquello que los hace sólo semejantes, en un dato prescindible.

Esa perversión nos introduce en “el imperio político de las masas”; un poder que no conoce límites y que es capaz de elevar el absurdo a ley.

La extensión del disfrute de los medios de vida y de los derechos que antes estuvieron reservados a unos pocos es para Ortega un rotundo logro histórico.

“Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo.

Hombre –masa es aquel que cree que “todo le está permitido y a nada está obligado”.

Hombre-masa es un ser narcisista. Si la vida vulgar es inercia, la vida excelente es voluntad de autoafirmación.

Hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que sencillamente se muestra resuelto a imponer sus opiniones. El derecho a no tener razón de la sinrazón”. En una sociedad de mediocres, las minorías corren el peligro de ser excluidas.

El hombre-masa, Ortega Tocqueville, percibe en el Estado “un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo –vulgo-, cree que el Estado es cosa suya”.

Contra bolchevismo y fascismo, Ortega defiende el liberalismo como condición de una vida humana auténtica, excelente. El liberalismo se nos impone como destino de cuya asunción depende el éxito de la empresa humana.

Según Ortega, sea cual sea el régimen que nos demos en el futuro, habrá de contar con los principios de la democracia liberal.

La mediocridad no se detiene en los hombres comunes; alcanza también a los llamados expertos, especialistas.

El hombre mediocre se siente en posesión de la verdad, se siente dueño de sí.

El pensamiento es un riesgo: el riesgo de la verdad.

Pensar Ortega, la deuda que cada cual tiene consigo mismo.

El camino de la excelencia comienza ahí: emprendiendo una búsqueda sin cuartel de nuestro yo de verdad, de nuestro destino. Pero ¿dónde acaba?

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